Ha llegado la hora de conseguir un trabajo. ¡Necesitas dinero! Quizá perdiste un empleo durante la pandemia. O, en un mejor escenario, estás pensando en la independencia, quieres salir de la casa de tus papás y, si ya lo hiciste, ¡debes pagar la renta! Pero no quieres hacer cualquier cosa. Te dices que si vas a vivir de algo, ¡que sea de lo que te gusta! Pero la verdad es que, en la práctica, el sistema no es muy amable con quienes piensan así. Menos si eres mujer y, mucho menos, si eres de provincia. Sin embargo, es posible.💪🏼 Necesitas un poco de determinación e inspirarte con historias reales, como la de Julia Mackeprang; radicada en Buenos Aires, pero oriunda de General La Madrid, pueblo de Argentina de apenas 10 mil habitantes, a 500 kilómetros de la capital. Julia se cambió de la facultad de medicina para estudiar danza y, negada a buscar un empleo de cualquier cosa, encontró sustento en una práctica de siempre, que se convirtió en pasión: vive de tejer 🧶.
Mackeprang se define como “una creativa de las tramas”. Hace 11 años fundó mamaQuilla, una marca de tejidos que le ha permitido conectar con personas de todo el mundo, diversificando su oficio y profesión: Julia es docente, diseñadora, youtuber y recientemente podcaster. Todo alrededor del crochet, su especialidad. Su curso de Técnicas de tejido es uno de los más populares en Crehana, y aprovechamos la ocasión para conversar con ella sobre tejer un destino propio.
Foto: Crehana.
Julia, ¿Cómo te defines a ti y a lo que haces?
Mira, yo tejo, diseño, y enseño. Así te resumo un poco mi tarea. Soy una persona creativa, —creo en la creatividad como gesto, no como un don— usando el tejido para transmitir lo que tengo. Diría que soy una creativa de las tramas.
Y a mamaQuilla, ¿cómo la defines?
MamaQuilla nació como una forma de vivir una vida que me gustara, que me hiciera sentir encendida, en una búsqueda sincera y constante de quién soy, de qué siento, y de estar conectada conmigo como ser. Quise hacer esa misma invitación que me hacía a mí misma, abriéndome hacia las otras personas… Decir “bueno, usemos el tejido como un medio ambiente que nos es favorable porque nos gusta, porque nos calma, nos ayuda a bajar la ansiedad. Para conocernos. Para escucharnos, para conectarnos con el momento presente que, a veces, se borra por las ansiedades que nos genera el sistema en el que vivimos”.
Osea, como una forma de resistencia
Sí. Lo siento como una resistencia, pero no es tanto hacia el sistema, sino hacia la forma que vivimos como sociedad. Probablemente, si hubiera sentido por la medicina la misma pasión que hoy siento por el tejido, hubiera hecho la carrera de medicina hiperfeliz y hubiera sido la mejor médica que pudiera ser. Pero la verdad es que yo tenía claro que el camino que me estaba trazado de hacer una carrera e ir a lo seguro, me traía más incertidumbre que certezas. Y, sin embargo, en esta otra opción de decir, “bueno, el camino en el que quiero ir no está trazado, no sé para qué lado ir, pero sé cómo me quiero sentir transitándolo”. Al revés del otro. No quiero un camino en el que me voy a sentir mal porque alguien lo trazó para mí, sino que prefiero un camino por descubrir, pero en el que transitarlo sea puro placer. Esa fue para mí la clave, y es donde lo siento como una revolución. Mi revolución es la del ser, la de la expresión.
Pero, y tu relación con el tejido, el origen, ¿dónde estuvo?
Siempre estuve conectada con eso porque yo de chica hacía pintura, me gustaba mucho el arte, hice danza, en la adolescencia me dediqué mucho a la danza moderna y al teatro, y ahí sentí un nivel de conexión y expresión que una vez lo conocí, no lo quise abandonar. Luego vine a Buenos Aires, y cuando quise seguir con esa sensación. Más en una ciudad con tantas cosas qué aprender y conocer. Luego cuando necesité trabajar —porque quise independizarme— también lo quise hacer bajo esa misma regla: Ok, voy entrar en el sistema laboral, pero no quiero entrar en el juego que el sistema me propone, sino bajo mis propias reglas, es decir, con un trabajo que todos los días me dé placer hacer, me haga sentir estimulada, encendida, con ganas, y por sobretodas las cosas, conectada. Primero intenté dar clases de danza, después pilates, y finalmente apareció el tejido — había arrancado a tejer a los 15 años— que siempre lo había estado haciendo como de costado. Era como un hobby que había aprendido de la mano de mi tía y de mi abuela, perfeccionando diferentes técnicas. Había años en los que no tejía o tejía menos. Y lo que me pasó fue que ya en esta instancia de necesitar trabajar y querer mi propio dinero, dije, bueno, voy a probar.
Trabajo de Maria Julia. Foto extraída del Instagram de mamaQuilla
¿Cómo reaccionó tu familia?
Con mucho miedo. Cuesta a veces hacerse a la idea de que un artista está ganando dinero. Está instalado en el inconsciente colectivo que si eres artista estás padeciendo y estás como en la pobreza todo el tiempo, porque también nos han enseñado eso, en películas o en libros. Pero poco a poco también se van revirtiendo esos estigmas. A mis papás les costó mucho aceptar mi renuncia a estudiar medicina y diseño. Pero recuerdo la primera vez que ellos vinieron a Buenos Aires y estaban muy orgullosos porque había podido alquilar mi primera casa con mi propio dinero gracias al tejido. Ahora mismo entienden que estaba siendo muy sincera.
Pero, ¿cómo diste con el tejido como modo de vida?
Fue una necesidad. Lo primero que necesité fue dinero. Porque quería sentirme libre de usarlo para lo que quisiera, tenía que buscarme un trabajo. Empecé a pensar, y buscar cualquier trabajo no me movía, y me pregunté qué conocimientos tenía y qué valores podía aportarles a otras personas que pudiera convertir en un bien rentable. Así que pensé que podía dar clases de danza, pero Buenos Aires está lleno de maestros de danza, y muy buenos. Luego dije, no, busquemos algo más comercial, y me capacité en pilates, que era una actividad en auge. De hecho ese fue mi primer trabajo, como instructora de pilates. Pero después de un tiempo me sentí como en automático y no sentía que estuviera bien remunerado. Yo ya venía tejiendo desde los 15 años, esporádicamente, pero no lo había dejado de practicar, siempre estuvo conmigo lo manual, y en su momento dije, voy a probar hacer cosas tejidas. Pensé unos bolsos, unos ponchos y, así, me fui encontrando cada vez más con el tejido en mi presente, y surgió la posibilidad de aprender crochet. Me llevó un tiempo dominarlo, quizá un par de años, y ahí fue un antes y un después. Empecé a tejer y a producir para armar una colección de aros y de accesorios —pulsera y tobilleras— que la hice en cinco meses, me fui de viaje, vendí todo en el norte de Argentina, y la experiencia fue tan espectacular, que había podido costear el viaje con las ventas de mis tejidos. De regreso a Buenos Aires, dije, quiero seguir por aquí porque esto fluye. Con esto puedo expresarme como artesana, como artista, como tejedora, a la gente le gusta lo que hago, y ahí empezó esto con claridad. A partir de ahí todo fue creciendo. Te estoy hablando de 2011. Abrí una página de Facebook, y sentí la necesidad de crear una marca, ponerle un nombre y empezar a hacerlo profesionalmente.
¿Por qué te decidiste por el nombre mamaQuilla?
Por las cosas que yo sentía por el tejido en sí, las anoté. Por ejemplo, mujeres, conexión, expresión… y luego busqué la figura de una diosa que reuniera todas esas cosas. Yo venía de hacer un viaje por el norte, y MamaQuilla es una diosa de la cosmovisión andina, es la diosa que iguala en rango a Inti, que es el dios Sol. Significa Madre Luna. Justamente es la que simboliza todos los aspectos de lo femenino. Así que fue saber sobre ella y reconocer instantáneamente que el nombre era ese.
¿Y cómo empieza uno a definir el norte de una nueva marca como la tuya?
El hecho de que yo supiera tejer ya me posicionaba por encima de un montón de personas que no sabían hacerlo. Entonces ya les podía enseñar. Tenía el valor del conocimiento, y la posibilidad de ser maestra de tejido. Entonces decía, “bueno, no sé si soy la mejor, si tengo todo lo que tengo que saber, pero ya lo sé”, y el tener algo para aportar a otra persona, es clave, a mí me sirvió para moverme y empezar a dar las primeras clases. Estaba además comprometida con aprender. Y así mismo eso se va moviendo a otras instancias. Unos años después me convocó una editorial argentina que hacía libros sobre tejidos, y si ellos me buscaban, confiaba en que me hubiera ganado ese derecho. Con humildad, pero con confianza.
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¿Qué sientes que es lo más poderoso de tu oficio?
Sentir que a través de algo tan trivial como tejer puedes llegar a trabajar los aspectos más sensibles de tu persona, de tu ser. Lo cuento y lo comparto porque lo experimenté y lo sigo haciendo. Creo que no somos personas dotadas o no de creatividad. Confío ciegamente en que todos nacemos con la posibilidad de ser creativos, pero que hay que buscarlo. Desde posteos o charlas voy afinando esa comunicación con la que un grupo de personas conecta. Pensar que lo que hago desde mi sala puede tener impacto en miles de personas.
¿Cómo es el día a día de una profesional del crochet?
Me levanto temprano. Me gusta aprovechar la mañana. La cabeza está un poco más dispuesta a la creatividad. Intento tejer al menos una hora al día todos los días. Y luego siempre hay trabajo de todo tipo. Responder mails, chequear algo de la página web o de las redes sociales. Desarrollo fotos, vídeos. Hay muchas cosas por hacer. Ahora mismo estoy asociada con mi compañero y él se encarga de la parte contable y administrativa, y yo de la parte creativa. Es la primera vez que trabajo en una planificación anual, mensual y semanal, que me tiene súper organizada —eso sí, con la flexibilidad de cambiar los planes—.
Julia hace transmisiones online para tejer en vivo a las que llama Misas crocheteras. Foto: Archivo.
¿Cómo está el mercado de los tejedores? ¿Hay muchos colegas?
En los últimos diez años, te puedo decir que hubo un despertar profundo por ahí hace unos seis años, pero el año pasado todavía fue mucho más intenso. Potenció a los que ya estaban intentando involucrarse, a esas personas que ya practicaban el tejido desde la infancia o la adolescencia. La comunidad tejedora crece año a año sorprendentemente. Cada vez es más la gente que elige el tejido para recrearse, y la gente se pasa de tenerlo como un hobby a practicarlo como un trabajo. Hay quienes se dedican hacer clase, hay otros que hacen productos para tejedores y tejedoras, otros que hacen solo diseños, hay quienes venden hilados, hay un montón de lugares donde se puede trabajar dentro del tejido.
¿Qué viene para este año?
Mi proyecto ahora mismo es continuar las guías de diseño. pienso un diseño, desarrollo una guía y lo pongo a la venta o lo comparto de forma gratuita. Y seguir con las misas crocheteras.